Carles Pujol, con sus acciones en la playa de Vilassar, ha dirigido las experiencias hacia una problemática en la que nos parece poder detectar la puesta en juego de los siguientes conceptos: Concepto efímero de la obra de arte que rechaza, por lo tanto, colaborar con la polución del mundo añadiendo, a los objetos que ahora lo llenan, nuevos objetos destinados a saturarlo. Concepto, implícito en el anterior, de la obra efímera: el de la obra no comerciable ni especulable. La anulación de la definición del artista como fabricante para hacer negocio. Una asimilación al papel desinteresado del poeta. Concepto, también implícito en el primero, de un arte que, no queriendo ser duradero, gravita en torno a los conceptos inmovilistas de eternidad, que correspondían al sistema de valores de una cultura de tesorería, de una sociedad que todavía no se había dado cuenta de que la rentabilidad es superior a la acumulación de capital. Que la vida es algo más que todas las momificaciones. Concepto minimal de la posición que rechaza la complicación, el ornamento, todos aquellos caracteres de los signos que no sean, rigurosamente, «rasgos pertinentes». Concepto de la ocupación del espacio, completamente opuesto al concepto tradicional posesivo de la arquitectura o de la estructura, que desplazaban todas las cosas y convertían una porción de espacio en el propio espacio, exclusivamente. La experiencia de utilización de elementos aleatorios, obra abierta, en la naturaleza, del gran ritmo de cintas negras, separadas por setenta centímetros, elaboradas en la más rígida tensión, pero abandonadas a la lenta acción de las olas, que fueron destensando poco a poco los elementos, en un triunfo creciente de la entropía. Alexandre Cirici, 1976.