En su larga relación con los materiales comestibles y orgánicos como materia artística, Dieter Roth incorporó elementos tan dispares e inusuales como el chocolate, el queso, el azúcar, las semillas de alpiste, las hamburguesas o las patatas, y los convirtió en material pictórico. Le interesaban los procesos de transformación, la idea de putrefacción y el olor agresivo de la decadencia. En esta línea de trabajo, hacia el año 1970 empezó a incorporar aromas en sus cuadros y objetos. En colaboración con el encuadernador de libros Rudolf Rieser, Roth empezó a incorporar materiales más refinados como las especias. El propio Rieser lo explicaba en una entrevista de 1997: «Estimulados por los aromas maravillosos de un mercado de hierbas en el que las especias se guardaban en grandes bolsas, llegamos a la idea de utilizarlas para hacer objetos». A partir de aquí, Roth instruyó a Rieser para producir diferentes objetos siguiendo un mismo patrón. Se le encargaron a un fabricante de armarios de Düsseldorf una serie de recipientes de madera –a modo de armarios o grandes cajas– con hojas de cristal en alguno de sus lados. Cada recipiente se llenó de especias colocadas en capas: cada capa, una especia. Algunos de estos contenedores tienen un mango de metal en la parte superior, de manera que se pueden abrir para oler el contenido. A menudo el aroma traspasa la madera y el cristal, invadiendo el espacio. Mientras que algunas de estas obras cuelgan de la pared como si fueran cuadros, otras como Gewürzkasten (Armario de especias) se sitúan en el espacio a modo de esculturas. Aunque la pieza permite una lectura visual marcada por los colores y las texturas de las diferentes capas de especias superpuestas, que se observan detrás del vidrio a modo de paisaje, la obra se dirige a un sentido poco tratado en las artes visuales: el olfato. El propio Dieter Roth explicaba que el sentido del olfato era el sentido que primero pretendía excitar con estos objetos: «Para mi, el olfato es un gran vehículo de la memoria» .