El año 1968 [...] hacía pequeñas esculturas que eran trozos de papel descolorido, cortado o rasgado y pegado, a veces plegado en forma de escalerilla. Tres de ellas no pasaban de tres o cuatro centímetros de dimensión máxima. Decía que quería hacer un arte pobre, efímero, porque la pobreza era lo que había aprendido en la vida real. Y la debilidad. Estas estatuillas eran monumentos de papel, débiles, para los grandes hombres. El bronce y la piedra son materiales inhumanos que cuestan esfuerzo y dinero, y que aplastan. Un monumento de papel puede ser colocado junto al césped de un parque. Es mejor que el viento o la lluvia se lo lleven. Es más humano.---Quería ser útil. Quería hacer pequeñas estatuas de papel dibujadas, para que la gente las recortara. También dibujaba vestidos recortables, vestiditos, para que la gente pudiera vestirlas o desnudarlas. Decía que le interesaba la debilidad. Que encontraba que el arte industrial, como el cine, es fuerte y que, en contraste, la plástica pura sólo puede ser el experimento personal, débil. […] Se interesó mucho por las reliquias, por las cosas disecadas, como forma de rechazo de la sensibilidad y de las cualidades. El disecado indica que algo ya no sirve. Va contra el afán de posesión. Cuando esto se hace con una pompa [de jabón], ya de por sí efímera, el disecado pone muy nervioso al hombre acostumbrado a que las cosas que posee sean sólidas […]. A veces pone una obra en un lugar público. Nadie se da cuenta. Alexandre Cirici, 1970