Desde los años noventa, Eulàlia Valldosera utiliza la luz y su experimentación formal como elemento clave de sus instalaciones. Pese a su aparente simplicidad, un elaborado juego de proyecciones, dispositivos fílmicos e imágenes proyectadas en el espacio entra en diálogo con objetos cotidianos y de estética pobre procedentes de la vida doméstica. Botellas de productos de limpieza, trapos para sacar el polvo y otros elementos de cada día se utilizan en instalaciones que sitúan al espectador en un lugar mágico que evoca los antiguos espectáculos de sombras chinescas. Son obras que reflexionan sobre la mujer como sujeto intelectual y vital, centrándose en nociones como la identidad, la maternidad, la enfermedad, la ausencia, la dependencia, el hogar, la familia y la memoria. Con un lenguaje visual muy efectivo, ponen en tela de juicio estereotipos arraigados en el imaginario colectivo. Envases: culto a la madre (1996) es una de sus obras más reconocidas. "Diseminados por el suelo de forma aparentemente aleatoria hay varios envases de plástico con productos de limpieza de uso doméstico. Los envases están situados en la trayectoria del rayo de luz de los proyectores de diapositivas sin diapositivas, de modo que sus sombras se proyectan en las paredes convirtiéndose en siluetas ampliadas. Los perfiles se superponen y combinan entre sí formando figuras en las paredes que recuerdan al cuerpo femenino. Visualizan varios aspectos de la relación madre-hija, mujer-esposa y madre, y mujer-madre, conceptos arquetípicos de la feminidad, y a la vez reflejan aspectos simbólicos como los de la mujer-hada o la mujer-seductora. En un rincón de la sala un recipiente antiguo de cerámica presenta un perfil anamórfico al lado de imágenes de otros recipientes antiguos de distintas culturas" (Eulàlia Valldosera, 1996). En la instalación y como explica la propia artista, varios proyectores de diapositivas con los carros de imágenes vacíos y dispuestos en el suelo proyectan en la pared imágenes de envases de plástico de productos de limpieza a escala monumental. La forma de los envases proyectados en la pared, distorsionada y magnificada, evoca figuras femeninas como un homenaje a la maternidad o a la figura omnipresente y universal de la madre. El resultado es una obra escenográfica y a la vez simple de gran eficacia simbólica. Junto con la proyección, en un rincón de la sala, una jarra antigua de cerámica muestra un perfil anamórfico. La jarra se halló al excavar los fundamentos de la casa familiar de la artista. A su lado, se muestran imágenes de otras jarras antiguas procedentes de distintas culturas. Se trata de imágenes de recipientes primitivos que, desde los tiempos del matriarcado, conservaban elementos básicos para la subsistencia de la especie, como líquidos, alimentos, productos medicinales o cenizas de las incineraciones de los miembros de la comunidad. Eran las mujeres las que las elaboraban y tenían su control. Hoy, los envases con productos químicos de limpieza siguen siendo utilizados básicamente por mujeres. Envases: culto a la madre fue concebida inicialmente para ser expuesta en el espacio remodelado de una iglesia. La propia instalación evoca un envase gigantesco que contiene al espectador y las formas proyectadas en la pared invitan a arrodillarse, en un gesto físico común en la limpieza del suelo pero también en la genoflexión en el culto cristiano. La posición arrodillada de las mujeres que fregaban el suelo es también la postura de la plegaria, mezcla de sumisión y devoción.