En 1966, Richard Artschwager construyó la primera de una larga serie de esculturas que reproducen, en volumen, signos de puntuación del lenguaje escrito. Algunas poseen escala humana, otras están ubicadas sobre peanas y otras se plantean como relieves escultóricos situados en la pared. Realizadas en madera o en fórmica, un material industrial muy usado por el artista, dialogan con el arte conceptual, el minimalismo, el surrealismo y el pop art. Artschwager selecciona signos asociados a la función emotiva del lenguaje. En clave de humor y con cierta sensualidad, puntúan el espacio expositivo. Pese a haberse convertido en un objeto físico, pese a hallarse totalmente al margen de su contexto lingüístico, no han perdido su carga exclamativa. El artista convierte así el espacio en una voz anónima que, de algún modo, nos interpela a todos quienes transitamos por él.
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