Ángela de la Cruz llegó a Inglaterra a finales del thatcherismo. La indignación vital y la impotencia social que sentía era tanta que un día lanzó una tela de grandes dimensiones contra la pared de su estudio. Desde entonces practica la autodestrucción de la pintura como un verdadero acto pictórico. De la Cruz deforma bastidores, rasga sus lienzos predominantemente monocromos y presenta el resultado de todo ello como el efecto de una batalla. Además de conjurar su desacuerdo con el mundo, revisa así, desde la materialidad más pura, la tradición pictórica occidental. Acostumbrada a trabajar en series, Clutter (Desastre, 2003- 2005) reúne residuos y materiales sobrantes como fragmentos de telas y de armarios con los que compone nuevos elementos. Más que el testimonio de un abuso o un accidente, son pinturas objeto que descansan después de la batalla. Dan fe de su indignación y visceralidad, pero también del humor y la ironía que tiñen el trabajo de esta artista.
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