«El más preciso y mínimo gesto de la mano nos hace revivir toda una variación de espacios interiores poblados por figuras antropomórficas, animalias y paisajes por descubrir», explicaba Benet Rossell sobre su universo creativo. Rossell inventó un alfabeto propio de microdibujos, iconos, grafismos y «benigramas» (le llamaban «Beni») tan rico y lleno de matices como la paleta del pintor. Rossell, uno de los artistas catalanes instalados en París desde 1964, modela aquí una poética de la fragilidad que no renuncia a la ironía y el espíritu crítico, poniendo su atención en los micromundos generalmente ignorados por los relatos absolutos de la historia del arte. Pese a la aparente abstracción, su obra tiene un marcado componente narrativo, un microteatro o una representación caligráfica del gran teatro del mundo.
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