En el espacio de exposición hay siete «emisoras», esparcidas por toda La sala. Cada una de ellas consiste en una caja blanca con una banqueta blanca junto a ella. Dentro de cada caja hay un bucle de audio, la caja es una emisora de radio. El sonido salta de una caja a otra, moviéndose por todo el espacio. Cada «programa de radio» es mi voz que se dirige a los visitantes: les cuento historias: está nevando, estáis en las montañas, estáis en un muelle desierto, las olas se rompen contra la orilla, a ti te estoy llevando lejos de aquí para poder estar a solas con ella… En uno de los lados del espacio de exposición hay una luz roja parpadeante, colocada sobre una puerta que se abre a un pequeño cuartito. En medio del espacio de exposición hay un monitor de televisión colocado sobre el borde de un tabique provisional. Tres veces al día, yo me meto en el cuartito para una «sesión de grabación». Los visitantes de la galería pueden verme y oírme desde fuera, en el monitor de televisión. Yo me pongo frente a un espejo: no para verme a mí mismo precisamente, sino para verme a mí mismo «de la manera que vosotros me habéis visto»; vosotros, con quienes he vivido durante cuatro años, hasta hace muy poco… Recreo incidentes de nuestra vida en común, quiero ver qué feo soy con vosotros… Necesito que los espectadores estén ahí fuera. Los necesito par ver cómo he sido con vosotros. Una vez que ellos lo hayan visto, no podré negarlo; tendré que aceptarlo, tendré que darme cuenta de que con vosotros soy así, y de que no hay nada que pueda hacer para evitarlo. El único modo de cambiar sería abandonaras para siempre. Vito Acconci, 2001.